Es un hecho probado que Mongolia es cada vez más dependiente de sus explotaciones mineras. De hecho, un 30% de su PIB corresponde a este sector, del que las empresas locales no son prácticamente responsables. La mayoría de los recursos minerales del territorio están en manos de empresas extranjeras, las cuales las explotan desde fuera afectando al ecosistema y haciendo imposible una vida de campo, muy tradicional en Mongolia.
Queso de cabra y té con sal es una película que retrata este contexto de impotencia, de gentes desgarradas de su tradición y sus costumbres. La familia protagonista, cabrera y comerciante de quesos, vive una vida sencilla en contacto con la naturaleza haciendo frente a las inclemencias del nuevo modelo minero y extranjero. Este tema, el de la familia, la tierra, el cultivo, el trabajo y los frutos que se obtienen a través él para la supervivencia, ha atravesado el cine de los últimos años. No nos es ajeno aquí en España, donde el éxito de Alcarrás nos recuerda con nostalgia otro modelo de vida, caduco por las circunstancias; por una globalización mecanizada que busca más el rédito que la coexistencia con el hábitat. Hermana de la cinta catalana es también Utama, cinta boliviana que pasó por el Festival de Málaga recogiendo varios premios. Y es que ya sea en el altiplano boliviano, en la franja de Alcarràs o en la estepa mongola, lo cierto es que la pérdida de los núcleos rurales y los asentamientos naturales en favor de las ambiciones de las grandes empresas internacionales es una preocupación que atraviesa fronteras.